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6 de septiembre de 1944. Una galerna en Lastres

 

“La historia no se hace de cobardes, la mar vive de valientes”.
Dijo Blas, punto redondo.

 

 

Y el Glorioso San Antonio no llega: 12, quizás 15 metros , una manga irrisoria para semejante longitud, una desproporción evidente, escaso calado, motor humilde…como su tripulación. No llegó aquella tarde, no llego aquel día, no llegó nunca. En él partieron 13 marinos, con él naufragaron 13 vecinos.

Era un 6 de septiembre, corría el cuarto año de aquella cuarta década, apenas si quedaban 6 veranos para llegar al ecuador del vigésimo de los siglos, demasiado temprano para que se acabara el mundo, demasiado pronto para morir. Siempre es pronto para morir.

Los bonitos picaban la víspera, había movimiento bajo el agua, los peces barruntaban el cambio de tiempo y del mar bullía vida, buena jornada para la flota llastrina. Crueles paradojas de la vida, 24 horas después se escribiría uno de los capítulos mas tristes que la historia reciente va deparando a este pintoresco pueblo marinero.

No había radio, no había sónar, ni radar, no había partes. Tan solo los ojos, las manos, la experíencia y el saber hacer guiaban aquellas diminutas embarcaciones. Trozos de madera sobre la inmensidad del más bravo de entre estos mares, el norteño, el Cantábrico. El que se supiera anticipar a las adversidades tenía muchos boletos para salir indemne de la batalla, pero el que no pesca no come, ya se sabe, el que no llora no mama, pero el tiempo que pierdes en llorar es tiempo que pierdes en mamar. Contrasentidos de una época sin sentido, cuantos marineros había que no sabían siquiera nadar. Bastaba con ser prudente, no alarmista

galerna de lastres

Eran alrededor de las cinco de la tarde. El Sueve empequeñeció ante la furia de unos elementos desatados, el hombre una simple marioneta, los barcos, qué demonios, las lanchas, apenas juguetes a merced del viento, mecidas a capricho por el dios Eolo. El viento es ya una realidad, la galerna una amenaza, la tragedia empieza a oler a salitre.

El típico color plomizo de este trozo de cielo astur se torna, en cuestión de minutos, del más puro color azabache, las rachas de viento barren una y otra vez el litoral, levantando a su paso inmensas olas, que parecen romper contra las nubes. El cielo y el mar se funden entre la blancura de un espumarajo que ciega al marino, que envuelve el horizonte que desde Llastres, ayer parecía al alcance de la mano y hoy se presenta más lejano que nunca. Ninguna lancha ha llegado a puerto. No hacen falta noticias, esta es la peor de ellas.

Las mujerucas de negro, pañuelo a la cabeza, van bajando, escalón a escalón, buscan al mar, esperan consuelo, anhelan al marinero: cabezas de familia, hermanos, hijos… navegando, batallando, resistiendo, viviendo. En el puerto el sinvivir se torna lamento, súplica, rezo, llanto.

La más despistada, que no la más joven, no entiende el clímax, alguien le grita:

-Pero bueno fiya, ¿no ves que garró a toes les lanches al bonito?

Una pregunta sin respuesta, una de tantas preguntas sin respuesta que se irán sucediendo en lo que queda de día. Comienza la agonía del que espera escuchar noticias y apenas si es capaz de oír el estruendo y la macabra sinfonía de un mar que gruñe enfurecido.

galerna de lastres

Se acaba el día, el mundo no sabe de galernas, no sabe de héroes, ni de villanos, las tragedias solo son tragedias para el humano, el mundo solo sabe de girar. Y girando y girando despunta un nuevo alba, allá en Asturies.

Ajenos a todo lo acontecido en tierra, en su tierra, los unos van arribando a Santander, el resplandor de la ciudad en medio de la tenebrosa noche caduca les ayudó a encontrar la costa. Los otros se cobijaron a sotavento tras un mercante de la Duro Felguera que zarpaba rebosante de carbón y saltaron a su cubierta.

Se trastabilla el más patoso, “zarapica”, se “esparavienta”, se enreda y acaba cayendo por la borda. Un perro, pequeño cuadrúpedo, aliado y amigo del todopoderoso bípedo pensante, consigue atrapar entre sus fauces de acero al desahuciado marinero y, entre este y el resto de la tripulación, consiguen alzar, al mercante carbonero, al postrero e inesperado polizón.

galerna de lastres

No había teléfonos… bueno, qué se yo si había teléfonos, alguno habría…pero si los había ese día no funcionaban, así que allá sale de boca del locutor de radio Santander la buena nueva:

– En la mañana de hoy, 7 de septiembre de 1944, han arribado, a nuestro querido puerto Chico ,tres maltrechas embarcaciones del puerto Asturiano de Lastres, que se vieron afectadas por la furiosa galerna que se desató en la tarde de ayer. Las embarcaciones, populamente conocidas como El Pirulu, El Gallito y La Piconera, están siendo reparadas de los achaques de la tempestad, pero todos sus tripulantes se encuentran sanos y salvos.

Llega a Llastres, a la velocidad del sonido, la onda santanderina, y como una exhalación, la onda expansiva de tamaña explosión de alegría hace al dentista salir al balcón:

-¡Que El Pirulu, El Gallito y la Piconera llegaron al puertu de Santander! ¡Que están sanos! ¡Que están vivos!

Los unos acá, los otros allá, unos antes, otros más tarde, maltrechos, como con cuentagotas, pero todos fueron arribando a lo largo de aquel 7 de septiembre a puerto. Todos menos 13, faltaban “los de Lucianín”.El Glorioso San Antonio no llegó nunca.

Y al día siguiente volvió amanecer y el mundo siguió girando y se hubo de volver a la mar. Y mucho después llegó la reconversión y el estado del bienestar y hubo un tiempo en que vivimos del turismo y otro en que fuimos ricos y ahora caminamos de nuevo sobre la cuerda floja, tuteando a la oscuridad y al abismo, al borde de la galerna política, económica y social. Quién sabe si la recuperación pasará por la vuelta a los orígenes.

Mientras queden valientes y mares habrá historia, mientras quede historia nada tenemos que temer. Para bien o para mal seguimos estando vivos.

Todo esto no me lo inventé yo, todo ello nos lo cuentan como nadie los llastrinos:

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