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EL SEÑOR DE LA FACINA

el señor de la facina

Existen, entre la extensa lista de curiosidades exóticas astures, unos extraños conos herbosos, manufacturados por artesanos de aldea, los cuales consiguen tener abundante reserva del dorado elemento herbaceo para sobrevivir a los duros meses de invierno. Colocando estratégica, compacta y uniformemente hierba seca alrededor de una vara central, anclada verticalmente en el suelo, dan forma esbeltos monolitos . Son estos efímeros estandartes pajares al aire libre, facines en definitiva. Bendites facines.

Él no sabía de política, ¿qué iba a saber él de política? Manda güevos, las vueltas que da la vida, anda que no había pasado días aquel verano pisando la facina, para acabar escondido debajo de ella cuando los nacionales se levantaron en armas, “escaqueandose” de la guerra, lo mismo que haría yo, vaya…

Qué le importaba a alguien que como él tenía que sacar adelante a semejante prole, si aquella era una grande y libre. Vivía en una dictadura y se resignaba, trabajaba de sol a sol y se aguantaba. Para alguien que a duras penas hubiera sido capaz de escribir “supercalifragilisticoespilialidoso”, el rojo era solo un color, la derecha la diestra y la izquierda la zurda, lo blanco claro y lo negro oscuro.

Qué le importaba el régimen a alguien que como él comía por imperativo a régimen, en unos tiempos en que los calificativos gorda o fina, eran mascullados por paisanas de pañoleta y mandil, como sinónimo de belleza y salud. Ya se sabe, la belleza atiende a cánones, la salud es sinónimo de bienestar y el grosor de ausencia de hambre, la torta, la castaña o la leche de rutina, el rugir de tripas un molesto compañero.

El jodido perro de caza, más que rastrear se dedica a pendonear, ayer desapareció y nada se sabe de él, algo tendrá que ver el instinto y las hormonas: «que andará a perras, vaya». Que no se columpie que lo que sobran son perros, de «perras» mejor no hablar. Allá salen dos “guajes” en su búsqueda, ya saben la consigna: si aparece bien, si no también.

Se entretienen los lebreles por entre los árboles: silban, corretean, de vez en cuando echan un cantarín, algún cachete seguro que también se intercambia en aquella tímida batida, ya lo dijo padre: “si apaez bien, si no tamién”, así que “anda y que-y den al chucho”, piensan. Rastrean las faldas del pico de Viyao, al lado mismo de la Formiga, de casa, sin prisa, sin pausa.

Entre la hojarasca que se acumula donde la tenue luz de una tierra norteña, como esta, apenas si es capaz de penetrar, allí donde la humedad y el frescor son protagonistas indiscutibles, en lo más profundo y lúgubre de la “viesca”, unos hombres harapientos y armados gastan las últimas horas de la tarde, anhelando la llegada de la noche, su mejor aliada. Vivir como alimañas obliga a actuar como alimañas, nada de esto implica pensar como alimañas. Son los del monte, quién si no.

Cuando los muchachos quieren darse cuenta, ya los emboscados llevan un rato observándolos y no les queda más remedio que dar la cara. Estos encuentros son siempre un compromiso, y la simple consigna del padre es poco menos que un espejismo, entre la complejidad del día a día en tiempos de postguerra. Aquí nunca se sabe cuando se acierta. Ahora si los denuncian malo…si no los denuncian, peor.

Pasa la tarde sin encontrar rastro alguno del can. Con las últimas luces y ya de vuelta en casa los chavales cuentan al patriarca el encuentro con los emboscados, sin reparar en la presencia de una vecina del pueblo. Craso error juvenil que traerá consecuencias, y si no al tiempo.

El padre tiene bastante que hacer como para ir ahora hasta el cuartel, si acaso mañana, después de “catar”. Pasa “mañana”, se consume “pasado” y tampoco se acerca, “queda pa prau” lo de la denuncia, ahora sí que ya está liada…

Dicen que si Mahoma no va a la montaña, ya vendrá la montaña a Mahoma. No hubieron pasado unos días cuando un “hidalgo” caballero llega jadeante al viejo portal de la solitaria casa, es píndia  y la subida, el tabaco y los años van haciendo mella. Insta al antiguo morador de la facina a presentarse en el cuartel y aún sin recuperar el resuello, parte raudo sin dar más explicación, que os decía yo: ¿estaba liada o no estaba liada?

Ya se sabe que con lo de comer y con la benemérita no se juega, así que allá va el “paisanucu” con la recién estrenada mañana, salta de piedra en piedra entre el sempiterno lodazal, ataja por los prados aun húmedos por el rocío mañanero, sin apenas ser consciente de que se está mojando los pies, es mucha la preocupación, como para andar pendiente de asuntos banales, poca importancia tienen ahora las humedades. Camina rápido, como si así pudiera adelantar al destino, pues sabe que la suerte ya lleva tiempo echada, un vecino falangista y unas enquistadas rencillas pueblerinas tienen mucho que ver en todo esto, una vecina chivata y una “no-denuncia” le dan vía libre para darle un escarmiento, no sería el primero que cría malvas por una gilipollez similar.

Entra en el cuartel, le recibe otro vecino, el hermano del susodicho, falangista también.

“Ponte en lo peor, yo fago lo que puedo por que no llegue la sangre al ríu, pero el mi hermanu tiéntela jurada y no hay manera de quitailo de la cabeza, ahora está faciendo una batida ahí pa arriba con los guardias, que se enteraren que andaben cerca los fugaos. Vuelve más tarde, pa hablar con él” le espeta sin apenas haber cruzado el umbral de la puerta.

Un escalofrío nace en la cabeza, recorre la maltrecha espalda y muere entre la humedad de los pies. Intenta disimular, se despide y vuelve poco a poco a casa, asustado, paralizado.

Faltaban unos minutos para el mediodía cuando una detonación se antepone a varias ráfagas. El cara a cara entre los huidos y la contrapartida es una realidad. Cae muerto un falangista…»el falangista». Ya no hace falta que el paisano se persone en el cuartel. Una víctima más, una víctima menos…

Así fue la postguerra en los pueblos (vaya…según tengo entendido, que yo ni estaba licitado, ni tan siquiera proyectado, no me las quiero dar de experto bélico tampoco,que no hice ni la mili, entendámonos…) importaban las ideas, pero también importaban los “linderos”, importaban las servidumbres de paso, los conflictos añejos… Cuantos delitos de poca monta tendrían algún trasfondo de índole agrícola. Ir vestido de azul solía ser suficiente para decantar la balanza.

Por cierto, el de la facina era mi bisabuelo, no me acuerdo de él, murió cuando apenas si yo llevaba 1000 días sobre el planeta. Murió de viejo, de qué si no. Flaco favor me hubiera hecho el amigo de la falange si le pega dos tiros y le tira a una cuneta como pasó con tantos y tantos otros. Malditas guerras.

PD: Basado en una historieta que oí contar a mi güelu. Seguro que algo de novelesco tengan relato e historia, seguro que algo sobra, seguro que mucho falta. Sea como fuere, a modo de resumen y en esencia: ¡¡mierda pa la guerra !!

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