LANCE AMSTRONG, IGOR PUGACI Y UN CABÁS VERDE
Para toda esa gente que no cree en el ciclismo, para los cínicos y los escépticos, les digo que lo siento por ellos, que siento que no puedan tener grandes sueños, que no crean en los milagros. Esta es una carrera infernal, es un gran acontecimiento y deberíamos contemplar y creer en estos atletas y en esta gente…es un acontecimiento muy duro y se gana trabajando duro.
Palabras de Lance Amstrong en el podium del tour de Francia del año 2005.
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He cometido errores grandes, y hacer esas declaraciones es uno
Extracto de la entrevista con Oprah Winfrey, año 2013
¿Qué cambió en ocho años? No cambió nada, Amstrong se ve acorralado y no tiene más remedio que confesar, de no haber ocurrido esto, el tejano hubiera pasado a la posteridad como el más grande de la historia del ciclismo, es lo malo que tienen las estadísticas, que son solo números. Dicen que no olvidar los errores es la mejor terapia para no volver a cometerlos…y digo yo: ¿Olvidamos la historia del ciclismo?, me parece que sería lo más razonable en este caso.
Dicen que siempre se te queda grabado qué estabas haciendo cuando recibes una noticia de esas que te marcan y servidor de ustedes, que no recuerda ni lo que cenó hace un rato, ni sabe a ciencia cierta qué día fue ayer, no iba a saber qué hacia en aquel momento, sería pedir demasiado a este atrofiado entramado cerebral, pero recuerda, no obstante y a la perfección, que el día en que se destapó el escándalo del Festina se enteró de la noticia en Les Arriondes, mientras contemplaba estupefacto e incrédulo la televisión del café “El reloj”. (Reconvertido hoy, para el que no lo ubique, en sidrería, y rebautizado como“El Castañu”.
Hubo un tiempo en el que yo, cegado por la inocencia infantil, también fui un crédulo y fanático seguidor del ciclismo profesional, tengo en el desván varias arrobas de revistas de la época, con el Chava, Pantani o Cipollini de turno en la portada, recuerdos quizás, basura, tal vez. Creo que por fortuna, aunque quizás sea por desgracia, de un tiempo a esta parte apenas si sigo ya el deporte profesional, aquel día, en el café “El Reloj”, vería como se tambaleaban los cimientos de una religión, que se desmoronaran por completo solo sería cuestión de tiempo.
Siendo también niño, una tarde veraniega de aquellas que había antes, de las que duraban eternamente, lo único, y por extensión, más granado de la juventud Vallisoletana (de Valles, no de Valladolid), preparó una expedición de descubrimiento/exploración a las, por aquel entonces, para nosotros, desconocidas estribaciones del monte Cayón.
Yo, el más pequeño de la partida de exploradores, no por ello el mas ligero ni menos precavido, me procuré provisiones para la larga jornada vespertina, el sol aprieta en altura y las pájaras sobrevuelan sobre los mas inexpugnables nidos, nunca se sabe.
Llevaba, pues, por y para ello, una mochila verde de bandolera, de las que todo el mundo rural llamó cabás durante generaciones, llegada a mis manos de manos de mi padre y a las de este de vete tu a saber que acuartelamiento militar, eran tiempos aquellos en los que la gente iba a la mili y en los que con la gente y de la mili solía venir algún souvenir del estilo.
Transitan el más joven, el cabás y el resto de lebreles a media tarde por el Pino, Sarrotelles, Baseyu… El menda, pequeño y gordinflón, sigue a duras penas el paso de la comitiva en terreno abierto…cuando se presenta un muro o alambrada en el camino la tensión se palpa por momentos. Bastante tiene uno con evitar romper la indumentaria de campaña como para andarse a cuentos de la mochila, el bocadillo ya está comido así que el cabás ya ha cumplido con su cometido.
Pasamos una, dos, diez, cien, mil, millones de alambradas. En una de estas noto como me engancho entre la longitud de uno de esos aceros traidores…¡que no se enteren!… ¡que no me vean!
Como soy el mas pequeño, y por ello el mas “pringao” en toda estructura piramidal e infantil que se precie, no voy a decir a estos que me acabo de enganchar, no se vayan a reír de mi, disimulo, tiro y les sigo sin perder mas de media docena de metros. Cuando, limando centímetro a centímetro, cojo al fin, el rebufo del último, me doy cuenta de que me falta la mochila… debió de quedarse enganchada en el alambre cuando tiré, como si lo viera.
Miro atrás, pero entre que ya llevaremos tranquilamente un centenar de metros caminados, que uno no levanta mas de cuatro palmos de altura sobre el terreno, que la mochila es verde, que la hierba también, que encima está alta y que para colmo no puedo dejar de mirar adelante por si acaso pierdo el ritmo de la comitiva, pues no la veo por ningún lado. Pero como lo primero es lo primero, y hay que ir al ritmo de los demás, pues de momento a lo que estamos, que la gloria es efímera. Ya iré algún día a hacer la mili, traeré una igual y aquí no se entera ni el tato.
Cuando llegamos al único escenario que por aquel entonces me resultaba familiar, es decir, el tramo de PI 6 que une Valles con San Miguel, la tranquilidad de saberme ubicado debió ser lo que hizo activar el cortocircuito neuronal que me hizo acordarme de la mochila. En realidad, fue este el primer momento en que me empecé a preocupar. Y claro, como uno no es que acostumbre a callar, no pude evitar insinuar a mis secuaces que la tragedia andaba pululando desde hacia un rato sobre la parroquia y que ya estaba yo barruntando que iba a llegar a alterar los mismísimos intrincados engranajes de la paz en mi domicilio familiar.
Siempre digo que no hay mejor cosa para conocer a una persona que haberse criado con ella, después de viejos todos somos lo suficientemente astutos como para saber hacernos pasar por quien no somos, sin embargo, de niños, cada cual es quien es y no hay ni el mas ínfimo lugar a dudas sobre los roles. No tardó, de esta manera, en requerir mí presencia en privado el mentiroso de la cuadrilla, que sería el encargado, por iniciativa propia, faltaría mas, de gestionar mi problema con la mochila frente a la autoridad paternal competente:
– Jorge, ven pa aca. ( y nos escondemos, ambos dos, al margen del resto, en la caleya que, partiendo de la Canga, llega hasta el Fenoyal)
Ante tamaña demostración de implicación en el caso, uno no podía mas que sentirse seguro y dejarse asesorar, para eso están los amigos hombre: mayor en altura, en edad, en bagaje y en capacidad neuronal, nada podía salirnos mal.
– Vas a decir en casa que de la que veníamos encontrámonos con tu tiu y los tus primos que pasaben en coche y disteyos la mochila por que te pesaba, que mañana cuando vengan ya te la traerán.
Dios mío, como este chaval pudo maquinar semejante trama… y sobre todo, como pudo ser tan caballero de compartirla conmigo, un fenómeno…¡este tío es un fenómeno! se ve que cuando uno tiene un problema, el chaval se involucra, debí pensar, mientras bamboleaba la cabeza adelante y atrás, rítmica y acompasadamente con una ligera flexión/extensión de hombros, señal inequívoca de que eso era justamente lo que se me había ocurrido a mi antes, a buena parte conmigo.
Nos unimos al resto del grupo que, respetando la intimidad de encausado y letrado se habían entretenido con algún caracol, lagartija, mirando a las nubes o vete tu a saber qué gilipollez del estilo y me dirijo a mi domicilio habitual por aquel entonces, mas habitual, si cabe, dos décadas después.
No tarda la encargada de la intendencia doméstica en interesarse por la mochila en cuestión, pero uno, que llevaba bien aprendida la lección, recitó así, como suena, el sermón:
– Na, ye que ….que nos encontramos con mi tiu y …..y…..que na…que como pesaba y eso….que y la di y que mañana si vienen y tal….que ya la traen.
¡Toma, toma y toma! No me confundí ni en una palabra, sin dudar y del tirón. Ala, un problema que me quité del medio:
– ¡mamaaaaaa!…¡voy a echar un partiducu con estos!
Pero pese a que los días de la época fueran tan largos, al final, hoy siempre acaba por dar paso a mañana…y llegó mañana y llegó mi tío…de la mochila mejor no hablar. Por fortuna no era precisamente el complemento en cuestión una prenda indispensable de las que se usen a diario, era mas bien una creación de esas que ahora llaman “de fondo de armario”, así que nadie se acordó de preguntar por ella y la cosa quedó “pa prau”.
Y pasó una semana y la siguiente, y al final, se ve que la economía familiar no era capaz de mantener un parque de mochilas demasiado extenso, la del ejército acabó por hacer falta y alguien se dio cuenta de que aún faltaba…ya sabéis lo que viene ahora ¿verdad?: ¡Ya está liada!
Preguntan a mi tío y el tío inocente, en lugar de inventarse algo y seguirme la corriente va y dice que no sabe nada. Yo, que pasaba por allí, al no contar con asesoramiento profesional las veinticuatro horas del día, no supe muy bien que contar y me pillaron en un renuncio, claro que me pillaron en un renuncio.
Sentí una sensación extraña cuando me di cuenta de que en mi casa se habían creído a pies juntillas aquella historieta y que les había engañado, supongo que sería vergüenza, quizás remordimiento.
Tendría por aquel entonces siete u ocho años y también recuerdo perfectamente como vi por la ventana de mi habitación el coche marrón de mi tío…parece que fue ayer. Se ve que fue ese otro de tantos momentos de los que marcan, un servidor de ustedes acababa de aprender una valiosa lección: si por coger el camino fácil dices una mentira y te descubren al rato malo, si pasa el tiempo y te descubren mas tarde peor, entonces tendrás un problema aún mayor.
Corría, aquel día la década de los noventa y un semidesconocido Lance Amstrong, enrolado en las filas del extinto Motorola, pasaba desapercibido en los puertos, consolidándose, en lo sucesivo, como rodador con una punta de velocidad que le permitió ganar varias carreras de un día y un mundial de ruta, por delante del mismísimo Miguel Indurain. Tras superar un cancer, en el año 96, volvería reconvertido en reputado virtuoso del molinillo cuando el alquitrán se tornaba píndio. Analizando esto con la perspectiva que da el tiempo, algo empezaba a no cuadrar.
Acababa de nacer, de todas formas, una leyenda de papel. Gracias a la mochila verde parto con dos décadas de ventaja sobre Amstrong, por aquel entonces este no había hecho más que comenzar a escribir la gran mentira de una vida ideal.
Conozco solo a tres Amstrongs, uno es trompetista y los otros dos un par de cuentistas. Del de la luna no voy decir nada, por que como nada se puede demostrar, para qué gastar saliva, pero no tengo yo del todo claro que haya llegado a alunizar. Para hablar del de la bicicleta, solo me pesa una cosa: ser un don nadie, sin poder para hacer ni deshacer y con derecho a poco mas que a pataleta. Alucinar no alucino con lo que cualquiera que entienda un poco de ciclismo imaginaba, alucino con la gente. Que se dopaba era mas que probable, que nadie quisiera creerlo demasiado duro, la sociedad necesita de algún espejo donde mirarse y no importa si para ello por el camino hay que jurar en balde.
Me da pena de quien le necesitaba para marcar el rumbo de su vida, parece mentira que haya tantos individuos de la especie mas evolucionada de las que habitan el planeta tierra incapaces de escribir su propia historia, sin dejarse influenciar por tamaña pandilla de titiriteros, pero sobre todo me da pena por todos los que quedaron de mentirosos, ensombrecidos y acallados por la voz del todopoderoso, todopoderoso por ser capaz de ganarlo todo, a la muerte y a los rivales. A veces también deberíamos escuchar a los perdedores, tan importante es el fin como los medios empleados.
La primera vez que fui a ver un final de etapa a los Lagos de Covadonga subí en una MMR sprint que había comprado cuando, en un estrategia financiera sin precedente, no fui de viaje de estudios, con la condición de que se me reembolsara el importe de tan codiciada actividad extraescolar, para llegar a la estratosférica cantidad de euros que suponía, para mi, en aquel comienzo de siglo, comprar una bici de carretera. Subí al borde del infarto y al bajar tuve algún conato de siniestro, al esquivar, como todos, el bamboleante paso de más de un viandante de entre los centenares que siempre repliegan al acabar una etapa como esta.
Entre los aficionados, siempre se cuelan gran cantidad de profesionales que bajan en bici hasta sus hoteles, en la Venta ó en Cangues. Fue así como, antes de llegar a Sotu me ataja un corredor del Saeco que no conozco, me pregunta si sé donde queda su hotel y mientras se lo explico y disimuladamente miro su nombre en el dorsal: Igor Pugaci…
– Va, menudu chepu, a esti no lu conocen ni en casa, pienso en aquel entonces.
Nunca mas supe de Pugaci hasta el momento en que, rebuscando en Internet para escribir en esta entrada correctamente su nombre, veo que en aquella vuelta del 2001 completó tan solo las seis primeras etapas, el mejor puesto que hizo fue precisamente en la quinta y, para él, penúltima etapa, con final en los Lagos de Covadonga, entró en la 31ª posición. Al día siguiente abandonaría en Torrelavega, quizás pasó factura el sobreesfuerzo de la víspera.
¿Sabéis que os digo?, que a día de hoy no hubiera pensado aquello sobre el amigo Pugaci, haber si resulta que, como tantos otros anónimos que pasan por el pelotón profesional sin pena ni gloria, nunca ganó nada por jugar limpio.
Ya lo dijo Amstrong:
– ¿Hubieras hecho cualquier cosa por ganar?
– Si, ganar era importante, todavía lo es.
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