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La Cueva del hielo

En un lugar gélido y oscuro, poco acogedor y húmedo, aunque no por ello remoto ni aislado, en un lugar donde el gris sucede al verde, donde las descarnadas laderas van a morir contra un cielo salpicado por más borrascas que estrellas y el invierno dura más de una estación, vive una xana de ojos de cielo y voz de terciopelo.

Dicen que, los pocos días de estío en que los rayos del sol esquivo, aciertan a apuntar por entre la angosta entrada natural, de aquella, su humilde morada, la xana peina unos cabellos de oro, reflejada en milenarios hielos de cristal.

Cuando, después de andar a la deriva por entre un laberíntico mundo encantado, sorteando nieves añejas y flotando sobre el calizo decorado, cuando al fín, después de mucho divagar, de creer que las leyendas son solo parte del imaginario popular, cuando creas que nunca jamás es solo una afirmación taxativa que no se debe pronunciar, si eres paciente y tienes un poco de suerte, recibirás tu recompensa.

Créeme, has de ser prudente cuando la ninfa te reciba en audiencia y, antes de entrar, tendrás que adivinar de que metálicos aliados te habrás de ayudar, para de sus dominios poder escapar, pues quizás estés a las puertas de un camino sin final, un camino sin retorno hacía la más negra oscuridad.

Si eres respetuoso y cumples tu parte del tratado, llevándote tan solo recuerdos y no desvelando jamás como hasta aquí has llegado, la esquiva xana será acogedora y benevolente.

Si por el contrario, das al traste con la misión que la madre tierra le ha encomendado,haciendo oídos sordos a la tradición oral, ese día en que dejes de creer en cuentos y leyendas, por aquello de que nada que no se pueda palpar pueda ser real, la gelidez de una vida monótona y sin magia se apoderará de ti y el hielo milenario de la morada de aquella inmortal xana escarchará tu alma.

Yo sé de ella… y de trasgos… y de xelos…

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