Los barayones de Luarca
Las historias han de llegar al papel, como el buen encurtido, previo reposo y lenta maceración. La que aquí comienza, pese a que ahora se intuya a color, nació en blanco y negro: el negro de la noche, el blanco de la nieve.
Y nevaba, vaya si nevaba… bueno, nevaba lo normal cuando nevaba, es decir, antiguamente, y es que hará de esto medio siglo, puede ser que menos, quizás algo mas. Qué demonios, tampoco sé si en este preciso y precioso momento caen copos, aguanieve o amenaza helar, la escarcha toma género superlativo cuando el frío se convierte en imperativo, así que lo más que hacía quizás fuera hasta escarchar.
El amor, en tiempos de guerra es difícil, en tiempos de paz opcional, con dos décadas de vida a las espaldas, crucial y con ocho al acecho, unas veces ya se ha agotado, las otras vital.
El que se acerca a la casa trae las dos décadas al hombro y la que esperaba inquieta, que a estas alturas de narración y con aquello de la emoción, ya está casi saliendo por la puerta, da por bueno eso de que el amor es crucial, cuando se le abalanza y le comienza a abraza. ¡Y como abraza! el abrazo es tan contundente, que con el calor corporal y aquello de que el sólido rápido pasa a líquido, casi se produce un efecto fundente.
Con los veinte del uno más los veinte de la otra, a punto están de hacer cuarenta, y para los de cuarenta…bueno para los de cuarenta no se muy bien qué decir hacer del amor, pero, para que rime, lo mismo alguna que lleve la palabra bragueta.
Se quieren, digo yo que se quieran. ¿cómo no se van a querer? el que sepa desde donde viene la parte contratante visitante, a ver a la parte contratante local, rápido deducirá que algo de amor tiene que haber, de haberse evaporado por el camino, de sobra tuvo tiempo para darse la vuelta. No penséis que a los novios les separan un par de kilómetros, no. Eran unos cuantos, además de algún que otro collado.
Desde Vallemoru hasta Pedrosu da tiempo a rezar varios rosarios, componer media docena de canciones y hasta inventarse un par de sermones, así que fácilmente se puede pensar que si hubiera tenido vocación pastoral (de los que cuidan de todo aquel que esté bautizado, no de los que cuidan del ganado) en algún momento habría aflorado y a estas alturas ya no habría tenido falta de venir a cortejar. Pero como el instinto manda y aquello de perpetuar la especie no es asunto banal, pues aquí está, hoy es hoy, mañana se irá. De momento nunca pensó en casarse, pero si hay que casarse se casará.
Ya le dije, amigo lector, cuando empecé a narrar, que no sabía si había comenzado a nevar, se había puesto a helar o si lo que hacía era escarchar, pero lo que si sé es que durante la noche nevó, nevó como siempre se recuerda que haya nevado a toro pasado, con saña. Nevó tanto que no hubo un rincón del portal donde la nieve no se hubiera ido a arremolinar.
Volver a casa es, más que opción, obligación, que tan importante como el cortejar es aquello de laborar.
– «Tonto de mí, malditas obligaciones, con esta nevada y no me acordé de traer los barayones»
Eso no sé si lo masculló, lo esbozó, lo dijo o lo pensó: eso lo digo yo. Y sin barayones y con una nevada de tres pares de cojones tuvo que volver de Pedrosu a Vallemoru.
El orden de los factores sí altera el producto en materia montañera, más aún si hay que abrir huella, con semejante modorra mañanera, así que, piano pianito no le quedó mas remedio que ir limando metro a metrito, hasta que al fin llegó de nuevo hasta el umbral del llar. Una batallita, que no por ser habitual, es de las fáciles de olvidar, no fue poco lo que hubo que batallar.
Pasó exactamente una semana hasta que se volviera a invertir el trayecto, mismo objetivo, mismo medio de locomoción: el pinrrel, pero un escenario aún más hostil el que recibe al joven lebrel. Y es que la nieve lleva siete días aferrándose al que desde entonces será su reino. Haber nacido en los veinte o treinta del siglo pasado, tiene las contras que todos sabemos, aunque a algunos ya se le hayan olvidado. De primaveras aún ni hablar, pero sigue tan vigente como la semana pasada el asunto de cortejar.
Aunque un hombre prevenido valga por dos, a Pedrosu la previsión llegó por cuadruplicado: un paisano, dos barayones y un pantalón de repuesto, que el otro acabó empapado. El paisano volverá mañana, regresará dentro de una semana, los barayones también irán y vendrán con él.
Y así una y otra vez, hasta que por fin, poco a poco, se vaya acabando la nieve.
No hay mejor señal, para saber que llegó febrero, que la del sol apuntando en cada reguero, y caudalosos bajaban los regueros, con rumbo al Infierno, cuando en aquel último viaje invernal los barayones no salieron del morral. Al fín la primavera había llegado, y ya sin nieve, ni utilidad en el viaje de vuelta, los barayones, en Pedrosu, por décadas se han quedado.
¿El propietario? el propietario también se acabó quedando. ¿No os decía yo que si se había que casar se casaba?, vaya si se casó… ¿y qué os dije del asunto de perpetuar la especie?… perpetuó, como no iba a perpetuar.
¿Qué como acabó la historia? Como todas las historias, fueron felices y comieron perdices, aunque bien es cierto que ahora dicen subir el tono de voz algunas veces. Alguna será riñendo, pudiera ser también por aquello de que, aunque las orejas estén en continuo crecimiento, el oído es un órgano delicado, y con el tiempo, las cadenas de huesecillos, los yunques ó los tímpanos ya no funcionen tan bien.
Y colorín colorado, si no hubiera sido por que me los han regalado, la historia de aquellos barayones, con alguna hoguera se habría acabado, pero ya en mi poder y una vez barnizados, difícil será que carcomas ni polillas se los puedan comer.
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